La esquina del cartel…
Levantó el cuello de su chamarra sobre su nuca, para protegerse del frío que como siempre, calaba la piel a esa hora de
la mañana. Consultó con premura su reloj de pulsera, marcaba las seis de la
mañana; faltaban casi dos horas para entrar a su trabajo, pero ella llevaba ya
diez minutos de retraso. Esculcaba el horizonte con ojos ávidos, mientras sacudía
mecánicamente las menuditas gotas de esa lluvia suave, pero pertinaz;
característica del verano que mojaban su kepí. Rápidamente volvió a colocárselo,
creyó divisar la figura de la chica entre la multitud que corría hacia el
paradero, sin saber su destino al finalizar el día. Sólo la ha confundido con
alguien parecida. Mueve la cabeza mientras evoca los recuerdos que lo hacen
sonreír levemente, como un niño al que han “cachado” guardando un secreto. Y lo
tiene, mas es el día que dejará de serlo. Hablará con ella cuando aborden el
camión de la Ruta-23.
Corría como alma que
lleva el diablo para no perder el camión. Su grácil figura emulaba a una gacela
morena de piel brillante y ojos grandemente bellos, enmarcados por largas alas
de cuervo que caían rozando sus hombros. Prendido de su mano “volaba” un pequeño,
cual papalote. El camión emprendió su marcha y…” ¡Pare chofer, va a subir una
señora con su niño! ”. Extendió su mano amablemente, lo que fue premiado con una
sonrisa fresca que formaba dos hoyuelos en las mejillas: “¡Gracias, casi me
deja!”. No entendió nada de lo que la chica decía, pero movió la cabeza
afirmativamente; estaba perdido entre las notas de su risa y sus labios.
Durante el trayecto de casi hora y media, conversaron amenamente cosas baladís,
pero que abría las puertas a una sensación grata que lo hacía sentir feliz. El
“volador” de cinco años era su hijo y lo
llevaba a la guardería, madre soltera, trabajaba en una tienda departamental,
30 años de edad, estudiaba los fines de semana Diseño, adoraba los boleros y
las serenatas: él, soltero, trabajaba como guardia en una empresa de envíos,
pronto sería Técnico en Mecánica, le apasionaba la música y daba clases de
guitarra. La misma escena se repitió por casi un mes en el que aprendió a
quererla.
Volvió a mirar su
reloj, no podía seguir esperándola, tenía el tiempo justo para llegar a su trabajo:
¿Qué podía haberla detenido?. Subió al camión pensando mil posibilidades; todas
ellas desagradables. Mañana seguramente vendría. Ha llegado puntual a la
espera día tras día, los mismos que se ha tenido que marchar sin saber nada de
ella. Ha transcurrido casi un mes sin tener noticias. Pero hoy lleva entre sus
manos un cartel lleno de esperanzas. Con todo cuidado lo prende al poste que se
encuentra frente al paradero de la Ruta-23: con él; deja prendido su amor por
la chica. Se aleja lentamente, ésta vez prefiere caminar.
Mi amigo Lejarza y yo,
transitábamos por “La esquina del cartel” como se le conoce al lugar desde aquel
día que el rótulo, quedó como mudo testigo de un amor que pendía del frágil tiempo. Nuestras
miradas rozaron las formas del mensaje, no pudimos evitarlo a pesar de haberlo
visto tantas veces, como todos los que por ahí pasan. Amarillento y débil, mas
sus letras resisten serenas. Nadie lo toca o maltrata, mucho menos lo arranca
de su lugar. La melancolía que lo envuelve, hace suspirar los ojos de quien resbala por sus grafías. Es
un testimonio que el amor puede verse, tocarse y sobrevive. Lejarsa, es un
perito grafólogo muy respetable. Observador innato y metódico. Cuando
terminé con mi perorata novelesca y un: “Si me amaran así, poco importaría que
escribieran amor con h”. Hizo escuchar
su voz con aquel característico acento analítico; “Cuando ya no se burle de su
caligrafía, vea la palabra: Junio, años, tienes. Un casi no se le nota, ahora
vea la palabra "mi" ahí se nota que usa tres curvas. Analizando,
también se ve como final de cuento”.
“…Y el principio de un
recuerdo de amor...”-Murmuré-.
Continuamos nuestro
camino. Detrás de nosotros quedó aquel cartel que seguía gritando en su silente
soledad.
Shasha...
(Cylthia)
18/07/12
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